El humor en la literatura infantil. Las situaciones

Pepe Pelayo
Creador y estudioso de la teoría y la aplicación del humor.

Analizar las “situaciones” es entrar “al área chica” en la creación de la narrativa.

Hasta aquí sólo hemos visto los puntos donde puede aparecer el humor, pero en aspectos bien generales. Así que es el momento de abordar lo más “concreto”.

Para crear una historia con humor, se deben cumplir ciertos pasos. Después de decidir la idea de la historia; es decir, el argumento, más decidir también qué formas de la narrativa usar, de escoger el género literario, el tratamiento del lenguaje y del contenido según las edades y también después de seleccionar el tipo de humor más conveniente, entonces y sólo entonces podemos pensar en crear las situaciones.

Veamos. Decidido todo lo anterior, hacemos una pauta, una escaleta, para guiar la creación y pasar claramente por la exposición, el desarrollo y el final, como sabemos.

Ahora, a trabajar la escaleta. Un ejemplo: en el libro Ada y su Varita, Adalberto, en su calidad de “investigador privado” del crimen de un gato:

  1. Entra sigilosamente en una casa y dos hombres lo atacan.
  2. Después de varios intentos logran atarles las manos y acostarlo en una cama.
  3. De inmediato, pensando que con el niño vienen otras personas, aseguran la puerta de entrada.
  4. Acto seguido interrogan al niño para sacarle información de para quién trabaja, etc.
  5. Entonces terminan haciéndose amigos todos, los hombres se duermen y Ada se va.

En ese capítulo de la historia nos encontramos cinco situaciones (delimitadas y enumeradas). Como se ve, le llamamos “situaciones” a escenas dentro de una misma secuencia, usando términos cinematográficos.

¿Cómo entra el humor en este punto? En el ingenio y la creatividad que tenga el autor para “inventar” cada situación. Sin que se evalúe si es buena o mala la situación creada, tomemos uno de los ejemplos anteriores. El No. 4. Cuando a Ada lo van a interrogar. Hay muchas variantes para describir eso. O le pegan al niño, o lo amenazan y lo presionan mucho. Lo amarran más, o le enseñan un animal feroz, o le pasan un video de niños presos y puede haber cientos de ideas más para contar cómo logran que Ada hable. En el libro, en tono humorístico, aparece uno de los delincuentes pegándole un martillazo en el dedo a su compinche para hacer hablar al niño y amenaza con darle más, pero Ada no soporta ver eso y habla. Ojo, hay mil variantes para crear esa situación, se decidió por esa y puede que no haya sido la mejor, pero humor tiene, ¿no es cierto?

Es obvio que al crear situaciones se puede usar todo tipo de humor, chistes, personajes caricaturizados, equivocaciones, exageraciones, absurdos, etc.

A continuación, un fragmento del capítulo que acabamos de analizar, extraído del libro Ada y su Varita, de la Editorial Alfaguara Infantil.

“… No veía nada, sin embargo noté dos bultos grises que pasaban por el aire, muy cerca de mí, en direcciones contrarias. Incluso sentí que me rozaron levemente. Acto seguido se escuchó un ruido como de objetos cayendo desde dos puntos opuestos de la habitación.

No podía moverme del miedo. Ni siquiera gritar para pedir ayuda, porque de mi garganta no salía ni un balbuceo.

Transcurrieron varios segundos, que para mí fueron horas. De pronto se encendió una lamparita en el suelo, que quizás estuvo sobre el velador antes de la caída de los bultos. Con el rabillo del ojo divisé a un hombre incorporándose y quitándose de encima algunos objetos y sacudiéndose polvo y telarañas. Sin mover la cabeza miré de igual forma hacia el lado contrario y vi, en la penumbra, a otro hombre saliendo, entre ropas y zapatos, de un ropero.

Como si se hubieran puesto de acuerdo, ambos saltaron sobre mí después de un grito intimidante. Uno siguió de largo y cayó, sin rozarme siquiera, en el mismo ropero. Pero el que venía desde allí logró asirme a duras penas por un brazo y caímos a la largo en la cama.

Todo había sido tan rápido que no sabía qué hacer ni qué pensar.

En cuanto se recuperó el que aterrizó entre las ropas y los zapatos, fue en auxilio de su compañero que se había dado un golpe en la cabeza contra el respaldo de la cama. Entonces ambos me metieron un trapo en la boca y me colocaron un casco de motociclista en la cabeza, dejándome acostado sobre una sobrecama algo sucia.

Encendieron todas las luces.

Entonces comenzaron a pasearse por el dormitorio.

-¿Qué hacemos, Chuncho? –dijo el pelado a rape. Un joven sin camisa y con los dos dientes de adelante parecidos a los de un castor.

-No sé, Indio –respondió el otro, también joven y rapado, pero solo hasta por encima de las orejas y con dos dientes de menos -. Quizás este chico es una avanzada, como un comando reconociendo el terreno.

-Entonces podemos estar rodeados, ¿no es cierto, Chuncho?

-Es posible, Indio. Tenemos que pensar urgentemente en algo –y el hombre fue hasta el patio trayendo a duras penas un pesado balón rojo, un extintor de fuego.

Se me ocurrió entonces aprovechar la distracción de mis captores para huir, pero realmente estaba paralizado de miedo. Me resigné a esperar a ver cómo podría salir de esa horrible situación.

-¿Y eso? –preguntó el llamado Indio, señalando el extintor que el otro traía en sus manos con dificultad por su gran peso.

-Es para ponerlo detrás de la puerta para que no entren si vienen a buscarnos. Pesa mucho porque es especial para fuegos de industrias, ¿te acuerdas de dónde lo sacamos?

-Claro que me acuerdo, pero eso solo no alcanza. Dámelo para colocarlo yo y tú traes más cosas.

-No, yo lo pongo, Chuncho y tú traes.

-No, Indio, dame acá…

Comenzaron entonces un forcejeo tirando cada uno para su lado, cuando de repente el extintor se les resbaló de sus manos y cayó al suelo en medio de los dos, provocando que se abriera la llave y saliera de un gas espeso y blancuzo, el cual envolvió a los dos hombres, que no pudieron evitar respirarlo profundamente.

-¡Cof! ¡Cof! –tosió el Chuncho-. ¿Qué hacemos, Indio?

-Nada, ¡cof!, vamos a reforzar, ¡cof! La puerta de entrada, ¡cof! Y atrincherarnos aquí, ¡cof!

Moviéndose con cierta lentitud, comenzaron a empujar sillas, mesitas y lo que encontraran de cierto peso hacia la puerta, en medio de caídas, pausas para toser y por mareos. Cuando terminaron con las cosas de adentro fueron al patio y trajeron varios cachivaches, otro extintor y hasta una escalera. Cada vez se notaban más afectados por respirar el gas. Yo no entendía nada y el terror me hacía transpirar a mares, aunque me alegré un poco por el trapo que tenía en la boca y el casco, los cuales evitaron que yo respirara el gas.

En un instante, el llamado Indio pareció perder el control definitivamente y haciendo pantalla con sus manos, gritó hacia fuera con toda la potencia de sus pulmones:

-¡Somos unos miserables canallas atrapados en nuestra madriguera! ¡Pero no nos vamos a rendir así como así!

Chuncho lo miró pacientemente y cuando Indio terminó su discurso, lo abofeteó. El agredido trató de defenderse y lanzó, con cierta lentitud, un par de puñetazos al aire. Después se fueron al cuerpo a cuerpo, perdieron el equilibrio y forcejeando rodaron por el suelo barriendo con todo, pero lo extraño es que todo lo hacían en cámara lenta.

En un momento de la pelea, en la que ambos se tenían agarrados por el cuello, el más rapado preguntó:

-¡Cof! ¿Por qué combatimos entre nosotros, Indio?

-Porque no te gustó mi discurso, Chuncho.

-¿Solo por eso, Indio? ¡Cof!

-No sé, Chuncho, ¡cof! También puede ser que este niño sea el culpable.

-Es cierto, Indio. ¡Cof! Esa debe ser su estrategia, hacernos pelear. Divide y vencerás, ¿no es así, Indio? ¡Cof!

-Claro, Chuncho. Por eso te propongo obligarlo a hablar. ¡Cof!

-¡Buena idea, Indio! ¡Estás claro! ¡Cof, cof!

Se acercaron a la cama donde yo estaba y me encararon, cada vez más vacilantes por el efecto del gas.

-¡A ver, chiquillo! ¡Cof! ¡Contéstame, chiquillo! –me interrogó al fin el cabeza rapada, afirmándose de la cama para no caer-. ¡Cof! ¿Cuál es tu misión, chiquillo? ¿Quién te envió, chiquillo? ¡Cof!

Entre el miedo y el absurdo de mi situación, yo no entendía nada, incluso llegué a pensar que todo aquello no era más que un sueño, o más bien una pesadilla.

-¡Cof, cof! ¡Responde, maldito chiquillo!

-Pero, Chuncho, si no le quitas el casco y el trapo de la boca no te podrá hablar nunca, ¡cof!

-¡Es verdad! ¡Cof! ¡Nos enfrentamos a un chiquillo muy listo, Indio! ¡Cof!

Me liberó entonces de todo, después de intentarlo varias veces, claro, porque sus manos no le respondían bien.

-¡Cof! ¡Habla ahora, chiquillo! ¡No te hagas el astuto conmigo! ¡Cof, cof!

-¡Y conmigo menos!

-¡Pero yo no sé nada, señores! ¡No entiendo de qué me están hablando! ¡Cof! –pude decir, comprobando también lo enrarecido del aire, cuando me liberaron del casco y del trapo.

-¡Ah, con que esas tenemos, chiquillo! ¡Cof! ¿Así que no vas a hablar? ¡Cof! ¡Pues vas a ver que en unos segundos más nos dirás todo lo que sabes y hasta lo que no sabes! ¡Cof!

-¡Te faltó decir chiquillo!… ¡Ja, ja, ja! ¡Cof! ¡Eres muy cómico, Chuncho! –se divirtió el otro. Pero al mirarlo serio su compañero, desapareció su risa de repente-. ¡Y eres muy responsable también, Chuncho!

-¡No, por favor! –grité desesperado-. ¡No me hagan nada! ¡Cof! ¡Yo no sé nada!

-¡Cof! ¡Ya verás, chiquillo malo! ¡Cof! –amenazó Chuncho, tomando un martillo del ropero con mucha dificultad.

-Tendrás que hablar, ¡cof!, ahora –se burló de mí Indio, asintiendo con una sonrisa malévola.

-¡Indio! ¡Cof, cof! ¡Pon tu mano en la cómoda, Indio! ¡Cof! ¡Ya verás cómo este infeliz no resiste y lo confiesa todo! ¡Cof!

El rapado hasta las orejas puso su mano abierta sobre el mueble y su amigo dejó caer el martillo, pero no dio en el blanco de tan mareado que estaba. Insistió, y la cuarta vez al fin golpeó el dedo índice de su amigo. Indio se quedó mirando un punto lejano fijamente, hasta que se le aguaron los ojos. Se puso muy colorado, comenzó a sudar y por último se mordió los labios, pero mantuvo la posición erguida de su cuerpo con dignidad.

-¡Cof! ¡Habla, chiquillo! ¡Habla o le aplasto el otro dedo a Indio! ¡Cof!

-Ese no va a confesar, Chuncho, por favor, créeme –masculló con rapidez Indio, pasándose la mano sana por el rostro.

-¡Por favor! ¡Cof! ¡Voy a hablar! –imploré, para que no siguieran con aquello.

-¡Cof, cof! ¡Vas a confesar, chiquillo! ¿No es cierto, chiquillo? ¡Cof!

-¡Les voy a contar solo la verdad! ¡Se los juro!...”

Copyright © Pepe Pelayo. Publicado en Humor Sapiens con el permiso de su autor. Reservados todos los derechos.