El humor en la literatura infantil. El género fantástico

Pepe Pelayo
Creador y estudioso de la teoría y la aplicación del humor.

Algunos disfrutamos los libros del autor inglés Terry Pratchett. Los saboreamos miles de millones de veces más que los de la saga de Narnia, o la de Harry Potter; a pesar de que también hay magos, brujas y otros seres fantásticos. Se debe a los chistes, situaciones cómicas y demás recursos humorísticos que crea este autor inglés. Es que a un creador de humor le motiva mucho lanzarse a imaginar mundos irreales, para no tener que buscar muchas justificaciones para sus disparates y locuras. El género “fantástico”, en la narrativa infantil y juvenil, sobre todo “la fantasía dura”, presenta un mundo supuestamente real, el cual es roto por ambientes, personajes, hechos o elementos extraños o sobrenaturales, que producen en el lector la duda ante la imposibilidad de hallar una explicación racional y eso es buenísimo para crear humor.

Por otra parte, puede ser paradójico, pero a lo atractivo que es crear humor en mundos fantásticos, se contrapone lo difícil que es hacerlo con alto nivel de calidad. Es que la frontera entre lo bueno y lo malo en cualquier obra fantástica es débil, precaria. Si no se tiene medida y control, el autor puede caer en facilismos y hasta puede rayar en lo manido y en la tontería. Una prueba es la cantidad de libros mediocres que encontramos dentro de la fantasía dura y la ciencia ficción. Quizás sea por ello es que el humor se agradece tanto en esas obras.

Decidirse por un argumento, una historia fantástica que sea original, pero a la vez cómica; crear situaciones, ambientes, personajes, etc., que el niño pueda comprender y no se pierda en algo demasiado complicado a causa de su poco nivel de abstracción y encima de todo sea gracioso, es la apuesta de un escritor de este género.

A continuación dos ejemplos distintos de cómo incursionar en la fantasía. El primero, extraído del libro Rátata, un ratón de biblioteca de la Editorial Humor Sapiens. Se trata de una historia de piratas donde aparece un ratón que habla y otras sorpresas.

“-¿Quién eres que te diriges a mí siendo un vil y asqueroso ratón? ¿Por qué estás en mi barco? –le preguntó Willy Grado al roedor cuando éste llegó hasta él.

-Yo me llamo Ratata, y soy un ratón atón.

-¿Un ratón atón? ¡No juegues conmigo!

-Disculpe, es que repito siempre lo último que digo. Por eso oyó atón, caballero ero.

-¿Entonces eres un roedor parlanchín de verdad? –dijo el pirata Malo Grado, arrugando la frente, como reflexionando.

-Sí, señor. Soy el ratón responsable de la biblioteca teca.

-¿Una biblioteca teca? ¿Qué es eso? –preguntó Malo Grado frunciendo el ceño.

-¡No, señor, no es una biblioteca teca! ¡Le dije que repito siempre lo que digo al final nal!

-¿Y por qué hablas así? –terció el macizo Don Cella.

-No sé. Así hablo desde que nací. Por eso me bautizaron repitiendo la última sílaba: Ratata ta –sonrió el ratón y continuó-. Mi padre siempre bromeaba diciéndome que me había tragado un eco co.

-¡Per acaba de decirme qué es una biblioteca o te meto en una ratonera! –rugió el Capitán.

-Una biblioteca es un lugar donde hay muchos libros para prestárselos a la gente que quiera leerlos erlos –se apuró en responder Ratata.

-¿Erlos? –rió el Capitán y de pronto se puso bien serio para gritar-: ¡Al meollo del asunto! ¿Qué haces aquí si vives en una biblioteca de esas?

-Hace un rato, pasando cerca de la mesa más alejada de la entrada de mi biblioteca, escuché unos gritos que salían de un cuaderno. Eran gritos de “¡Duende! ¡Duende! ¡Duende!” Y entré a su historia para ver qué sucedía y por qué llamaban al duende, uno de los personajes de un libro infantil de mi biblioteca teca.

-¿Hace un rato dice? –dijo El Malo Grado, pensando-. Solo recuerdo que vociferé: “¿Dónde? ¿Dónde? ¿Dónde?” Y no: “duende, duende, duende”.

-Puede ser er -aceptó Ratata-. Es que como usted no suelta la daga de la boca oca…

-¡Hey! ¡Un momento, ratata… rata ta tarada, ! –exclamó el Capitán-. Explícame, ¿cómo es eso de que había un cuaderno y entraste a mi historia? ¿Qué cuento es ese?

-Es cierto lo que le digo, señor ñor –afirmó el ratoncito.

-¡A mí no me puedes engañar así como así, comedor de queso podrido!

¡Yo soy Willy Grado! ¡El Malo Grado, el Capitán de esta nave! ¡Esa es la única realidad!

-Perdone, pero usted es el protagonista de una historia oria –aclaró Ratata-. Yo de eso sí estoy seguro, porque vivo en la biblioteca, donde hay muchos libros con historias infantiles como ésta ta.

-¿Así que todo esto que está pasando es mentira? –y el Capitán lo miró con una expresión de burla.

-Sí, señor, es ficción ción –dijo el ratoncito.

-No es real nada de esto, ¿no? –y el pirata rió a carcajadas unos segundos, poniéndose bien serio de repente para gritar-. ¡Don Cella! ¡Lance a este ratón de alcantarilla a los tiburones!

-¡Alto! ¡Deténganse! –se impuso un hombre bien canoso que subía con mucho cuidado por la escala.

-¿Eh? -dijeron acopladamente Willy Grado, Don Cella y Ratata, aunque en realidad el ratón dijo “eh eh”, pero nadie lo notó por estar atendiendo al recién llegado.

-¡Suelten a ese ratón! –dijo el canoso.

-¿Quién es este hombre? –gritó El Malo Grado-. ¿Qué hace en mi barco? ¿De dónde salió?

El pirata apuntó todas sus armas hacia el recién llegado y comenzó a vociferar pidiendo refuerzos, mientras se colocaba con ligereza detrás de su fornido lugarteniente.

-¡Yo soy el que escribe todo esto que está ocurriendo aquí! –dijo el recién llegado.

-¡Ah, conque esas tenemos! ¡Un escritor! –dijo el Capitán en tono de reproche y saliendo de detrás de su segundo al mando-. Así que usted es el responsable de las estupideces de mi lugarteniente, de hacer que yo siempre hable con la daga en la boca y de que ahora me vaya atacar Filiberto, el filibustero. ¿Eh?

-Sí, yo invento todo eso y lo cuento porque me gusta –respondió el narrador encarando a su personaje-. Pero si no le gusta a usted, lo siento, pero es así, no hay nada que hacerle, ¿oyó?

-No, está bien, a mí me gusta -dijo el Capitán en retirada-. Pero me encantaría que para futuros libros, tenga en cuenta que sus chistes deben disfrutarlos también los protagonistas de las historias y no sólo los lectores, ¿comprende?

-Bueno, lo pensaré porque tiene cierta lógica –aprobó el canoso.

-Venga acá, ¿ya decidió cómo seguir y terminar la historia, cuento, o lo que sea esto? –quiso saber el pirata-. ¿Venzo o no a Filiberto?

-No, no lo he decidido aún -contestó el escritor.

-Un momento mento –habló Ratata-. ¿Usted sabe quién soy yo? Porque yo no soy un producto de su imaginación. Usted no me inventó a mí. Yo no soy un personaje de libros infantiles, como este pirata ta.

-Claro que te inventé. Tú eres Rátata, un ratón de biblioteca –contestó el hombre-. De la biblioteca donde escribo mis libros. Y te cuento que escribí también que cuando me levantara a buscar una goma de borrar al mesón de la bibliotecaria, tú entrarías a mi cuaderno, donde estoy creando todo esto que ves aquí.

-¡¿Así que yo también soy un personaje aje?! –saltó el roedor algo frustrado.

-Sí, pero no uno cualquiera, tú eres el personaje principal –agregó el canoso.

-¡¿Qué?! –saltó ahora Malo Grado-. ¿Este animalejo repugnante es más importante que yo en mi propia historia?

-Este… es que usted es el principal personaje de la historia de piratas, la cual está dentro de la historia del ratón de biblioteca –explicó el autor.

-Bueno, basta ya de tanto bla, bla, blá y terminemos con esto –interrumpió el Capitán-. Mire, caballero, le voy a decir lo que haremos: ahora usted se va y se pone a escribir el final de esta historia de piratas. ¡Porque yo soy terriblemente malo y me encanta ser un sanguinario pirata que hunde el bergantín de mi enemiguísimo Filiberto, el filibustero, que ataca villas y castillas y que rapta bellas doncellas!

-¿Me llama, Capitán? –saltó el tosco Don Cella, pero nadie le hizo caso.

-¡Un momento, señores! ¡Un segundo, por favor! –dijo el escritor y comenzó a dar paseítos por el puente, acariciándose la barbilla con la mano derecha. Después de cinco o seis minutos, se detuvo dirigiéndose a los personajes de su obra…”

Como se ve, no se puede calificar de “dura”, pero que se cuente una historia de piratas ya es fantasía, y si en ella aparece un ratón que habla, lo es más, pero si encima el escritor de la historia aparece como un personaje más de la misma, lo realista se aleja bastante, sin dudas.

El segundo ejemplo está sacado del libro El hombre lobo de Quilicura, de la Editorial Humor Sapiens. En este caso, no se desarrolla la historia en otra época, ni se le dio vida a objetos, ni se humanizaron animales. Sólo se usó un personaje fantástico: el hombre lobo, dentro de un mundo realista.

“Pero la calma duró poco. Lo que hicieron los delincuentes fue reagrupar sus fuerzas alrededor de su jefe, el cual mostraba ahora con maligno alarde una pistola en sus manos.

Pero los sujetos no contaban con un nuevo invitado. Un estremecedor aullido se escuchó y de la oscuridad más profunda de las sombras del cerro hizo su entrada un enorme lobo.

La bestia, con el pelo erizado y los belfos retraídos, fijó sus ojos amarillos-rojizos en los antisociales con expresión de profunda rabia. Unos segundos después avanzó hacia ellos, provocando la histérica y desordenada huida de los tres.

De más está decir que la fuerza y habilidad de Dante y de Ricky, por lo dificultoso de sostenerle la cadena y no enredarse, apenas alcanzaba para retener a su perro Shogún, que con los pelos erizados y los ojos en blanco, daba vueltas y vueltas sobre sí mismo a mucha velocidad.

Los primos lograron trasladar un poco el eje central de las vueltas de su mascota, con el objetivo de esconderse detrás de su compañero de equipo, al ver cómo la fiera cambiaba de dirección y se dirigía ahora hacia ellos.

-No se preocupen –les dijo el joven sonriendo-. No es un simple lobo como piensan.

-Si no es un lobo, ¿qué es? ¿Un oso polar? –dijo Ricky con susto.

-Es un hombre lobo, o lobisón -explicó el tipo-, o lobisome, como le dicen en Brasil.

-¿Y no nos hará nada, dices? –quiso sabe Dante.

-Nada. Ya verás –contestó el joven-. Yo sé lo que hay que hacer para convertir un lobisón en el ser humano que es. Lo llamaré por su nombre de infancia y lo trataré con mucha dulzura, como a un bebé. Miren…

El tipo avanzó despacio hacia el lobo, que se mantenía parado, pero amenazante.

-Hola, Panchito –le dijo con ternura al animal.

-Grrrr –el lobisón le contestó ya con sus fauces abiertas.

-¿Qué pasa, Panchín? –insistió el joven, tan dulce y juguetón como pudo-. Ven acá Panchitín, mi Panchitintín…tiiiintínnnn…

De repente, el terrible animal dio media vuelta y se alejó, perdiéndose en las sombras del cerro”.

Copyright © Pepe Pelayo. Publicado en Humor Sapiens con el permiso de su autor. Reservados todos los derechos.