Entrevistas a humoristas

Entrevista a Luis Sánchez

PP: ¿Le gusta que le hagan entrevistas?

LUIS SÁNCHEZ V.: No me apasionan; pero tampoco me disgustan. Intento mantener el ego a raya. En cualquier caso, una entrevista es una ocasión para manifestarse; y eso ya cuenta.

 

PP: En este año 2015, ¿cómo ve el estado del humor en el país donde vive, en televisión, radio, teatro, literatura y gráfica?

LUIS SÁNCHEZ V.: Un año prodigioso: en España -un país toreado-, habrá elecciones generales el 20 de diciembre y, ya se sabe, los políticos, hombres de negocios y hasta cardenales toman aliento y sueltan unas estupideces monumentales. La verdad es que el trabajo te lo dan medio hecho.

 

PP: En todos los países de América Latina se dice: "Mi país es un pueblo de humoristas", "en mi país, tú mueves una piedra y sale un humorista", etc. ¿En el país donde vive se dice lo mismo?

LUIS SÁNCHEZ V.: No, en mi país, más que humor (reírse de sí mismo), hay mala leche (de ahí, quizás, el gusto por el humor negro). La gente, por lo general, es abierta, simpática, amable, alegre… Pero la alegría es una cosa y el humor, otra. Pese a todo, hay un variado plantel de humoristas gráficos y con excelente nivel. (No sé yo si, a este paso, me llegarán a nombrar algún día embajador plenipotenciario.)

 

PP: ¿Es verdad la acuñada frase: "Es más fácil hacer llorar que hacer reír?

LUIS SÁNCHEZ V.: Me remito a las carátulas griegas: comedia y tragedia (las dos juntas, como dos caras de la misma moneda), porque, además, en la vida, son inseparables (momentos buenos, momentos malos). No es cuestión de escoger, porque lo que importa es la calidad, el talento que contiene una obra. No hay superioridad de la risa sobre el llanto. Hemos de acostumbrarnos a pensar de manera incluyente (y no excluyente).

 

PP: ¿Cuándo decidió hacerse humorista?

LUIS SÁNCHEZ V.: Empecé a dibujar en 1973, a los dieciséis años; desde entonces, no he parado. Y fue por necesidad: para compensar un ambiente hostil, para deshacerme de tanta negrura, para matar la soledad, para buscar un espacio más humano…

 

PP: ¿El humorista nace o se hace?

LUIS SÁNCHEZ V.: Las dos cosas (me gusta incordiar). Lo primero es tener aptitudes (“de donde no hay, no se puede sacar”); lo segundo, desarrollarlas. La disciplina y la perseverancia resultan imprescindibles.

 

PP: ¿Cuál ha sido el mejor y el peor momento de su carrera hasta el día de hoy?

LUIS SÁNCHEZ V.: El mejor momento, sin duda, es el actual. Y el peor, en mayo de 1977, cuando me detuvieron por una exposición de dibujos, en la que, como es presumible, decía cosas que no deben decirse. Franco había fallecido en noviembre de 1975, yo sólo tenía 20 años y me pedían 10 de prisión.

 

PP: Como profesional del humor, ¿se ríe fácil? ¿Con qué tipo de chistes?

LUIS SÁNCHEZ V.: No soy de risa fácil; pero claro que me río, sobre todo, cuando hay ingenio, talento… Valoro mucho la elaboración cuidadosa, el esmero, el trabajo artesanal.

 

PP: ¿Alguna anécdota relacionada con su profesión?

LUIS SÁNCHEZ V.: En una ocasión, hace ya muchos años, el hijo de una amiga vio un dibujo mío y le gustó tanto que se lo copió. Días después, lo mandó a un concurso escolar y ganó el primer premio (bolígrafos, lápices de colores, rotuladores, libretas...). El crío se pasó por casa y me regaló un rotulador negro.

 

PP: ¿Con cuáles colegas se identifica?

LUIS SÁNCHEZ V.: El maestro indiscutible es El Roto (Andrés Rábago). El suyo es un trabajo (satírico, más que humorístico) sin concesiones: o lo tomas o lo dejas. De los que, lamentablemente, ya han desaparecido, citaré a Chumy Chúmez, Gila, El Perich, Kalikatres y Summers.

 

PP: ¿Qué me aconsejaría a mí como humorista?

LUIS SÁNCHEZ V.: Si está convencido de su valía, ¡adelante! Pero ha de estar bien seguro de que tiene algo importante que decir. Luego, constancia y autosuperación. Y, por último, relaciones públicas.

 

Cuento de Luis Sánchez

Desfase temporal

Tras leer el cuento de Juan José Millás Mañana moriré (perteneciente al volumen Los objetos nos llaman), caí en la cuenta, una cuenta corriente, a fin de cuentas, a fin de mes, caí en la cuenta –digo– de que en Valencia el reloj biológico de cada ciudadano –¿ciudadano o súbdito?– marca una hora y, con el tiempo, claro, se ha ido produciendo un desfase horario de tal magnitud que, al final, se ha convertido en un extraño desfase temporal.

¿Azar? ¿Necesidad? ¿Jamón de York? Por cierto, ¿qué hora será en Central Park? Ni lo sé ni me importa. Lo que sí sé es que, según el tiempo meteorológico que haga, en Valencia puede ser lunes, martes, miércoles… o lo que más convenga a la Madre Naturaleza. Y lo curioso es que la gran mayoría de valencianos lo vive así, de forma natural. De tal modo que, cuando sales a la calle, es muy difícil coincidir con alguien que se encuentre en el mismo día que tú. Y ya no hablo del mes, o del año, ¿para qué?, eso sería complicar en exceso las cosas.

Me remito a un ejemplo concreto que me ocurrió hace muy poco. Me hallaba yo una noche en uno de esos cafés-librería que han proliferado últimamente en dicha ciudad, café que, con su nostálgico nombre en letras de madera, rinde merecido homenaje a un ilustre escritor porteño, pegado a las faldas de su madre, ya desaparecido.

Al dejar la taza de café sobre el plato, me percaté de que una joven me estaba contemplando con una precisión milimétrica, como si fuera capaz de medir con plena exactitud todos mis movimientos. Yo le sonreí, más por relajar la tensión que empezaba a sentir (soy hipertenso) que por cortesía.

–Disculpa; pero… ¿tú no eres Juanjo? –me preguntó sentándose a mi lado con una mirada acogedora.

–No…

–¿Seguro? Te pareces tanto a él… con esas gafitas, el pelo, la chaqueta, el reloj… yo diría…

–Sí, bueno, a veces ocurre que…

–¿A ti también? ¡No me digas…!

Y sin permitirme continuar, empezó a contarme, de forma precipitada, episodios de su atribulada historia sentimental con el susodicho Juanjo, para concluir con una sentencia irrevocable:

–Todo funcionaba de maravilla hasta que un jueves tal como hoy, mientras Juanjo se estaba afeitando, descubrí que la imagen que se reflejaba en el espejo no era la de Juanjo, sino la de mi padre. ¿Te das cuenta? ¡Juanjo no era Juanjo! ¡Qué fuerte! No me quedó otra opción: debía encontrar a mi padre y matarlo.

–Sí… sí que es fuerte –respondí, más por seguirle la corriente que para darle la razón.

–O sea, que si tú no eres Juanjo… ¡entonces eres el cabrón de mi padre!

Y, acto seguido, poniendo unos ojos afilados de aspirante a huérfana, se sacó de la puñetera manga un cuchillo jamonero, de acero inolvidable, y me atravesó el corazón, rumbo al más allá…

Todo me daba vueltas y no me podía mover del suelo. Fijé mi atención en unas grietas que había formado la pintura plástica del techo, y allí, colgado en la cerúlea inmensidad, me quedé hasta que llegó la ambulancia.

De camino al hospital, le pregunté al médico:

–Por favor, ¿qué día es hoy?

–Martes. Bueno, ya casi miércoles –me contestó tras consultar el reloj, y luego me metió una pastillita bajo la lengua.

Cuando llegamos, dejaron la camilla aparcada en un pasillo. Oía voces, frases entrecortadas y algún que otro lamento. Las personas con bata blanca parecían volar como palomitas de maíz y los familiares de los pacientes arrastraban los pies, imitando almas en pena…

Y ahí estaba yo, sumido en un mar de confusiones, pulpos y calamares, sin saber si mi herida era grave o no; si renacía, moría o tal vez resucitaba. El personaje del cuento de Millás –recordé–, al menos cayó fulminado y descansó en paz; pero yo…

Tiempo después, recobré plenamente la conciencia. Un médico pelirrojo muy simpático vino a verme y, con un desparpajo asombroso, me soltó:

–Ha tenido suerte, amigo. Si le pilla el cambio de turno, hoy sería usted hombre muerto.

Por un instante me quedé pensativo. Luego le pregunté:

–Por cierto…, ¿qué día es hoy?

–No le dé tantas vueltas a la cabeza: hoy es un día hermoso, ¿no ve el sol que hace? ¡Vamos, vamos, levántese!

Con la sana intención de organizar mi baqueteado cerebro, reflexioné para mis adentros: vamos a suponer que hoy, con el día espléndido que hace, es principio de semana. Pues bien: si hoy es lunes, esto es Marte. Y con la chaqueta en la mano salí por piernas del hospital.

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